Incendiando la democracia: Política, redes sociales y un presidente baneado

Si bien el 2020 pareció un año terrible, con consecuencias impensables para toda la humanidad, el 2021 llegó para reafirmar que la pandemia de Covid-19, intensificada en las últimas semanas a nivel mundial, está siendo el escenario de una crisis política sin precedentes en la principal potencia económica mundial. Estados Unidos inicia Enero con un escándalo que pone en duda su modelo de democracia, ese valor que con misiles, ejércitos y violencia han tratado de difundir en países que tienen algo de su interés. Hoy día su principal enemigo no son los estereotipos hollywoodenses que son fácilmente sometidos por su implacable poder. El 6 de Enero la sociedad estadounidense entregó al mundo una escena digna de ciencia ficción, un Capitolio en llamas, una turba violenta destruyendo todo a su paso y senadores y senadoras huyendo por sus vidas, temiendo de sus mismos compatriotas, son postales del desmoronamiento del American Dream.

Tras su mandato presidencial, Donald Trump deja una sociedad dividida, sumida en el odio racial, la desigualdad y la discriminación, donde los grupos supremacistas blancos, conspiracionistas anticiencia y ultraconservadores no temen irrumpir en el discurso público, ganando cada vez más adeptos. Las absurdas imágenes de hombres blancos vestidos con cuernos y tatuajes de símbolos nórdicos, tomándose selfies en el epicentro del poder político de aquel país del norte, indudablemente provocan una risa que se apaga cuando pensamos en el peligro y trascendencia de este suceso para la democracia de occidente.

En todo este escenario cada día más distópico, las redes sociales y las nuevas tecnologías digitales aportan el elemento ciberpunk a toda esta historia. Tras acumular cantidades inimaginables de datos personales alrededor del mundo, las grandes compañías de Silicon Valley, demuestran su poder político dando una estocada certera a quien fuera una de las mayores celebridades de las redes sociales en los últimos años. Con la suspensión de sus cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y otras, Donald Trump pasa a ocupar el nada privilegiado puesto de primer presidente en funciones de los Estados Unidos de Norte América en ser baneado por las principales redes sociales en el hemisferio. Esto no sería tan relevante, de no ser por la centralidad de estas plataformas en la organización social y política del siglo XXI. Quien fuera producto mismo de la televisión y del mundo de los medios de comunicación masivos, llevó a Twitter y las redes sociales, a convertirse en protagonista de la política mundial, herramientas que le permitieron construir un sentido común dentro de sus simpatizantes más extremistas, y que ahora, con frialdad y sin remordimiento, cancelan a uno de sus hijos predilectos, recordándonos con esto que ni el POTUS (President of the United States) está por encima las normas de la élite tecnológica.

Más allá si estamos o no de acuerdo en la forma en que gobernó Trump, su negacionismo científico y su abierto desprecio por los migrantes, hasta hoy día sigue siendo el presidente en funciones de los Estados Unidos, y su cancelación de las redes sociales demuestra una vez más el poder e influencia que las grandes empresas tecnológicas tienen sobre la sociedad, y ahora de manera evidente, sobre la política mundial. Abriendo un importante debate sobre el futuro de los modelos democráticos actuales, la libertad de expresión y los derechos humanos, a la luz del descomunal control que siguen acumulando estas empresas tecnológicas sobre la sociedad.

Pareciera que aún nos resistimos a aceptar que no podemos entender la política actual fuera de las lógicas de internet y la tecnología digital, terreno de juego que validamos cada vez que aceptamos los términos y condiciones de cualquier aplicación que utilicemos en nuestros dispositivos. Ante nuestros ojos se construyó todo un nuevo paradigma socio-político, donde los algoritmos, la inteligencia artificial y los robots, han penetrado hasta el nivel más íntimo de la vida humana, al punto de influir directamente en lo que vemos, leemos, con quién nos comunicamos, qué criterio nos formamos y evidentemente por quién votamos. Sin duda son los sectores ultraconservadores o de extrema derecha quienes mejor han entendido esta situación, haciéndola jugar a su favor para ganar terreno en una sociedad cada vez más polarizada y saturada de información.

Es difícil saber qué será de la vida política de Donald Trump luego de su abrumadora derrota electoral y su censura en las redes, no obstante, su impredecible actuar y sus leales legionarios, entre los que se encuentran seguidores de QAnon, dispuestos a enfrentar toda consecuencia, son bombas de tiempo en un momento histórico único, en donde luego de lo que hemos visto ya pocas cosas sorprenden, porque 2020…

Esperemos que estos grandes indicios y advertencias cada vez más reales, sean catalizadores para el diálogo entre aquellos sectores en donde aún prevalece la ética, el pensamiento científico y la rebeldía. La discusión política sobre la tecnología digital y el alcance de las grandes compañías que dominan este campo del conocimiento y del mercado, es tan ineludible como necesaria y obligatoria. Delegar nuestra vida digital a grandes empresas está saliendo caro para las garantías sociales, ambientales y políticas que han sido conseguidas tras largas luchas de siglos e incontables vidas. Parece que el futuro nos tomó por sorpresa, y mientras despertamos del shock, vale la pena recordar que la defensa de la democracia, la dignidad y la vida debe suceder también en nuestras pantallas.

Texto por: Alejandro Quiñonez

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